Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza y le dio dominio sobre el resto de criaturas pero este hecho no le otorga beneplácito para que actualmente sean más de 115 millones el número de animales que podrían ser usados anualmente en experimentos de todo el mundo. Según los últimos datos oficiales con los que cuenta la Unión Europea, en España, a pesar de ser uno de los países donde se da un menor número de casos, las cifras rondan alrededor de los 1,4 millones.
Una nueva ley aprobada por la UE el pasado mes de marzo, prohíbe definitivamente la experimentación en animales con fines cosméticos pero el ámbito de trabajo no se ha censurado para otras pruebas de productos de consumo, investigaciones militares y biomédicas y como modelo experimental para la enseñanza práctica de distintas asignaturas en Ciencias Biomédicas.
Por su bajo coste y su facilidad de manejo y reproducción, las especies más utilizadas son los ratones pero también son utilizados conejos, ratas, cobayas, cerdos, ovejas, cabras, perros, gatos y primates, así como aves, anfibios y peces. De acuerdo con el último informe estadístico de la Comisión Europea, el uso de cerdos ha incrementado en los últimos años, mientras que los caballos y los monos solo representan un uno por ciento del total. Uno de los datos sorprendentes que revela este estudio es que en algunos países se usan animales como llamas, ballenas o murciélagos para los que se desconoce su fin. Así, estas especies están sometidas a prácticas como la inyección de virus, alteración de su material genético, privaciones de comida, descargas eléctricas, aplicación de sustancias irritantes en ojos y piel, extirpación de glándulas, ingestión de sustancias tóxicas o provocación de múltiples parálisis, que en la mayoría de los casos genera la muerte del animal.
Sin embargo, no todo es blanco ni negro. Los partidarios de la práctica, tales como la British Royal Society, argumentan que el logro de prácticamente todos los avances médicos en el siglo 20 se basó en el uso de animales de alguna manera. En la década de 1880, Louis Pasteur demostró la teoría microbiana de la enfermedad induciendo carbunco en una oveja. Diez años más tarde, Pavlov utilizó perros para realizar su famoso experimento sobre el condicionamiento clásico. La insulina fue aislada por primera vez en 1922 utilizando perros, y revolucionó el tratamiento de la diabetes. El 3 de noviembre de 1957 una perra rusa, Laika, se convirtió en el primero de muchos animales que orbitaron la Tierra. En la década de los 70, se utilizaron armadillos para desarrollar tratamientos antibióticos y vacunas para la lepra que posteriormente fueron utilizadas en humanos. Y la rama de la investigación genética adquirió sus mayores avances gracias al nacimiento en 1996 de la oveja Dolly, el primer mamífero clonado a partir de una célula adulta.
Estamos ante un debate ético al que no podemos calificar ni bueno ni malo sino excesivo o necesario. El pasado mes de febrero se ha aprobado un nuevo decreto que modifica la normativa que regula la experimentación con animales en España. El cambio de la ley actual está motivado por la nueva legislación europea y obligaría a los investigadores a buscar fórmulas alternativas, aunque permitiría esta práctica en caso de no haberlas.
Evitemos con medidas ejemplares como ésta la demagogia española de aquellos que argumentan sus ideas apuntando que es preferible realizar los tratamientos a un perro que a un hijo pero también la de aquellos defensores que ven a los animales como algo sagrado.
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